jueves, 10 de abril de 2014

LA CLASE ESCOLAR COMO SISTEMA SOCIAL

http://www.scribd.com/doc/57604542/Parsons-La-Clase-Escolar-Como-Sistema-Social

SEGUIMOS PROFUNDIZANDO SOBRE CURRÍCULUM

INSTITUTO DE ALTOS ESTUDIOS (IAE)
CENTRO DE ESTUDIOS MULTIDISCIPLINARIOS (CEM Montevideo)
JUNIO 2006.

Seminario: “La universalidad de los saberes. Curriculum único y curriculum contextualizado”.

Ponencia: Lic. Eloísa Bordoli
FHCE – UdelaR

La dialéctica del saber en el marco del curriculum.
Apuntes para pensar la igualdad.


1. A modo de presentación.

            La temática de este seminario es muy amplia y habilita varias vías de entrada y abordaje de la misma. El propio título del seminario La universalidad de los saberes - Curriculum único y curriculum contextualizado marca dos niveles diferentes, aunque interrelacionados, de reflexión y análisis. El primer término de este enunciado – la universalidad de los saberes - condensa una preocupación de orden teórico que ha estado presente a lo largo de la historia del pensamiento antiguo y moderno. El mismo refiere a un problema epistémico general y, si lo pensamos particularmente desde el campo de la teoría de la enseñanza, también se interrelaciona con  una doble problemática: gnoseológica y ético- política. En otros términos, la universalidad de los saberes, nos invita a reflexionar en torno a la naturaleza y a los atributos del saber, así como a la distribución y trasmisión de los mismos.

            Por su parte, el segundo término enunciado en el título - Curriculum único y curriculum contextualizado- se inscribe en una tradición estrictamente moderna y circunscripta al campo de la Didáctica. A su vez, dentro de este campo de conocimiento, la problemática curricular como tal es relativamente reciente y se ubica en una dimensión puramente técnica.

            El título de la presente comunicación - La dialéctica del saber en el marco del curriculum; apuntes para pensar la igualdad-  quiere dar cuenta del difícil camino que hemos escogido para abordar el tema que nos convoca en este seminario. Procuraremos transitar por los dos niveles de análisis marcados anteriormente. Partiremos del campo de la Didáctica del cual se escinde  la problemática curricular para revisar, sucintamente, las  construcciones discursivas en torno a la misma. A su vez, las analizaremos e interrogaremos con relación a los dos elementos que consideramos necesarios en un discurso didáctico y / o curricular. Estos elementos refieren a las nociones de saber y sujeto que explícita o implícitamente se construyen – o se pretenden omitir - en estos discursos. Posteriormente, plantearemos algunas líneas, notas provisorias,  para pensar el curriculum desde otro lugar teórico y las complejidades que el mismo entraña. Finalmente, formularemos algunas preguntas e hipótesis que buscan articular la problemática curricular en el marco de la igualdad.



PRIMERA PARTE.

2. El curriculum en la tradición educativa.

Como adelantábamos, en el campo de las Ciencias de la Educación la problemática curricular es relativamente reciente. En trabajos anteriores (Bordoli 2004 b; Bordoli 2005) planteamos que la misma tiene un punto de inflexión en la década del 50 a partir de la obra de R. Tyler (1949)[1]. A su vez, las configuraciones discursivas generadas en torno a lo curricular imprimieron nuevos debates en el ámbito didáctico (Bordoli, 2005). Desde este último, el curriculum como norma (prescripto) se asumió como la principal herramienta de trabajo  en el discurso didáctico (Bordoli, 2004 b). A su vez, en las últimas décadas, el significante curriculum ha invadido el campo educativo y didáctico. El mismo ha adquirido diversos significados según dos elementos: a) los cortes fenoménicos operados en el campo y b) los cortes teóricos que las diversas tradiciones discursivas recogen.

2.1 ) Los cortes fenoménico en el campo didáctico y curricular.

En la primera de estas delimitaciones, lo curricular ha sido circunscrito a dos grandes dimensiones. Diversas teorías y técnicas de trabajo asimilan el curriculum al producto, o sea al documento curricular prescripto (sea este plan de estudio o programa). Esta especificación es la que ha surgido en la década del 50 en los Estados Unidos bajo la influencia de la Tecnología Educativa y la Psicología Conductista. El objeto de estos primeros técnicos del curriculum se encontraba en la búsqueda de un método universal, racional y eficaz para el diseño curricular.

Es necesario recordar que en el siglo XVII, en el seno del surgimiento de la Didáctica Moderna, J. A. Comenio había instaurado las bases para la elaboración de programas de enseñanza fundados en la desagregación de los saberes en objetos de conocimiento secuenciados y ordenados según un criterio de complejidad creciente. A comienzos del siglo XX el centro de la elaboración curricular se desplazó hacia los sujetos aprendientes, o sea a los destinatarios del producto curricular. En esta nueva concepción, formateada por la Psicología, la lógica interna estructuradora de lo curricular fue los procesos de apropiación de conocimientos, los supuestos procesos de aprendizaje de los educandos. En el primer caso, el meollo de los programas estaba ubicado en los saberes-conocimientos, aunque reificados (verdinglichung), y en el segundo en los sujetos aprendientes (aunque también hayan sido manipulados y cosificados, Bordoli, 2005).

Como señalamos, a partir del surgimiento de la Teoría Curricular a mediados del siglo XX, el centro de indagación y análisis no se ubicó ni en los saberes-conocimiento ni en los sujetos aprendientes, sino en los aspectos estrictamente técnicos e instrumentales. La lógica eficientista desplazará la problemática epistemológica y psicológica. El saber hacer, el hacer eficiente y el control de los tiempos y de la enseñanza así como el de los aprendizajes ocupó el centro de debate en el marco de esta perspectiva.

En la actualidad, otros discursos educativos también  centran su objeto de estudio en el curriculum como producto– aunque no exclusivamente-. Por ejemplo, en una de las líneas de la Corriente Crítica los ejes de debate se ubican  en torno a dos grandes tipos de problemas: a) la selección, organización, distribución de los contenidos - diseño curricular - y b) el modo de regular las prácticas de enseñanza, o sea el poder normativo y disciplinador que todo documento curricular supone[2]. Desde esta perspectiva se desplaza el eje de discusión de lo curricular de lo estrictamente técnico a lo político – ideológico. El énfasis se ubica en el qué enseñar y en el para qué, así como en el quiénes y cómo se seleccionan dichos contenidos y objetivos.

Estas concepciones del curriculum como producto, elaborado en un a priori del acto de enseñanza, se configura como un modelo (Frigerio G., 1991; Gvirtz S., Palamidessi M.: 1998), como una norma. Esta norma, no sólo determina qué enseñar, sino que “procura”[3]  regular lo didáctico en su dimensión de estructura y de  acontecimiento[4]. De esta manera, el discurso curricular se presenta como el texto  designado para ser enseñado en palabras de Chevallard (1991), o sea como el texto saber – conocimiento[5] legitimado y “legítimo” que establece (al igual que una ley) lo permitido y lo no permitido en un encuentro didáctico institucionalizado.

A modo de síntesis primaria, consideramos que en el discurso técnico del  curriculum se produce una doble renuncia. Por un lado se abandona la dimensión epistémica que lo curricular conlleva y por otro se reduce al sujeto (sea este enseñante o aprendiente) a meros ejecutores de las actividades diseñadas y planificadas por otros. Este “olvido” del saber y este soslayar al sujeto en tanto tal, tienen como efecto el montaje de una escena ilusoria en la cual las secuencias curriculares se suceden unas a otras según una lógica eficientista.

 El segundo territorio de indagación seleccionado por las teorías curriculares es el denominado curriculum como proceso de construcción. Esta concepción de lo curricular surge a mediados de los años 60 a partir del desarrollo de investigaciones de corte etnográfico en las aulas escolares y de investigaciones pertenecientes a la Sociología de la Educación de corte cualitativo. Las mismas se desarrollan desde diversas vertientes de análisis teórico: técnica, hermenéutica o crítica. Dentro de los  trabajos etnográficos encontramos en una primera instancia las investigaciones  de Philip Jackson[6]. Desde una perspectiva sociológica es necesario destacar los aportes de Bourdieu y Passeron (1977),  Bowles y Gintis (1981) entre otros.

Si bien, los trabajos sistemáticos en esta línea se consolidaron hace aproximadamente cuatro décadas, el pensar la problemática de lo curricular como un fenómeno más extenso y complejo que el de los diseños programáticos tiene raíces más lejanas. A modo de ejemplo podemos citar el Movimiento de Escuela Nueva y especialmente a J. Dewey (1902). Una de las preocupaciones sustantivas para este autor es la experiencia. En este sentido, Dewey sostiene que el curriculum, no puede limitarse al conjunto de conocimientos representados que se transmiten (reproducen) en el ámbito educativo. Para este autor la base del curriculum debe ser la progresiva ampliación de la experiencia del sujeto (Dewey, 1902).

En síntesis, la concepción del curriculum como proceso de construcción se edifica sobre la premisa de la inexistencia de una correlación positiva y de una transparencia absoluta entre lo prescripto por la norma curricular y lo acontecido en la instanciación educativa. Por lo tanto, para analizar lo curricular, es necesario, en términos de Dewey, incluir la experiencia vivida en la puesta en práctica de lo que fue diseñado en un a priori.

El razonamiento esgrimido por esta línea de análisis podría sintetizarse,  prima facie, de la siguiente manera: si el curriculum incluye “todo” lo que el educando aprende en la escuela, se debe investigar lo que los educadores enseñan  y las otras cosas que ocurren en las aulas. En este sentido se debe estudiar aquellas experiencias de enseñanza y de aprendizaje no intencionales, no planificadas. Como consecuencia, el estudio de lo curricular no se puede limitar al problema de la selección y organización de los contenidos programáticos. Se deben incluir las modificaciones operadas en la puesta en práctica del curriculum (en nuestros términos de análisis en el acontecer didáctico singular). Desde este recorte fenoménico se han desarrollado diferentes líneas de trabajo e investigación teórica. Dentro de esta concepción de lo curricular, los planteos de Frigerio (1991) resultan interesantes. Esta autora sostiene que  este proceso de construcción curricular “se constituye en lo que llamaremos una matriz curricular, esto es, no sólo una matriz de contenidos, sino un modelo o matriz de aprendizaje que definirá un estilo de construcción curricular institucional, que resultará de la tensión entre lo instituido, la prescripción, y la lógica de los actores” (Frigerio, 1991: 20).

2.2. Delimitaciones teóricas: los discursos sobre lo curricular.

La revisión bibliográfica sobre la problemática curricular, nos muestra tres configuraciones discursivas en este campo: el discurso técnico, práctico y crítico.

 Como adelantamos en el punto precedente, el discurso técnico  aborda la problemática curricular desde una perspectiva netamente instrumental. El centro de reflexión se ubica en la elaboración de un  “método  racional para encarar, analizar e interpretar el currículo y el sistema de enseñanza de cualquier institución educativa.... una forma de encarar el programa de estudios como instrumento funcional, ..., y eficaz.” (Tyler, 1949: 7). La preocupación de este autor se halla en la desagregación y fragmentación y trasmutación de los conocimientos con el objeto de elaborar, a partir de ellos, diversas actividades de aprendizaje. Las mismas deben ser variadas, ordenadas y jerarquizadas según dos variables: su grado de complejidad y los objetivos específicos y generales que se persiguen. A su vez, las diversas actividades deben estar integradas guardando entre sí relaciones de coordinación horizontal y vertical en el marco curricular (H. Taba: 1962).

Desde nuestra perspectiva de análisis sucintamente puntualizaremos dos críticas a este enfoque. En primer lugar, se ha señalado que Tyler ha proporcionado una “visión integral” (Gvirtz, Palamidessi, 1998) del curriculum, en tanto ha pretendido articular tres fuentes para el diseño del mismo. De esta manera tiene en cuenta los aportes de los “especialistas”, la “sociedad” y los  “estudiantes”. Los mismos son “filtrados” por la Filosofía y la Psicología con el objeto de seleccionar las actividades de aprendizaje valiosas y útiles para ser presentadas a los estudiantes (Tyler, 1949). Con respecto a este planteo afirmamos que el mismo excluye del curriculum el problema que consideramos central, o sea el problema del saber. Como señalamos en párrafos precedentes, los planteos técnicos producen una ruptura en la tradición de la enseñanza, en tanto desplazan el eje de los contenidos a enseñar hacia las experiencias útiles de aprendizaje de los alumnos. En segundo lugar, deseamos puntualizar que como efecto de este discurso técnico, los sujetos didácticos, los docentes, se constituyen en el lugar de ejecutores de un curriculum elaborado en otro lugar y en otro tiempo (Bordoli 2003 y 2004 c).

Los discursos críticos ubican el eje de análisis sobre la selección curricular y su relación con el poder hegemónico. El énfasis se encuentra en los temas de: la tradición selectiva (Apple, 1979), la violencia simbólica e imposición arbitraria (Bourdieu, 1977), la reproducción ideológica. y la reproducción de las desigualdades (Apple, 1986; Torres Santomé, 1991). Estos discursos sobre lo educativo se tornan políticos, en tanto los curricula prescriptos se pueden constituir en “instrumentos” de reproducción y dominación. Una mención especial merecen los trabajos sobre el curriculum oculto[7], en tanto estos abren un espacio de reflexión en el campo curricular sobre aquellos fenómenos que transcurren, acontecen más allá de lo diseñado y planificado a priori desde el  deber ser curricular. No obstante, el énfasis de lo trasmitido en forma implícita está en la dimensión ideológica; reproducción y ocultamiento de la misma. Estos planteos, ubican en un lugar secundario el tema del saber. Si bien rescatan el saber-conocimiento o la “otra escena implícita” que acontece en lo didáctico, lo hacen con el objeto de desocultar la dimensión ideológica que connotan. En estos discursos, en general aunque con importantes variaciones, el sujeto se conceptualiza como determinado por la estructura.

Un tercer discurso en el campo curricular centra la problemática en la dimensión práctica del curriculum. El eje de análisis y reflexión se hallará en la interpretación y en la “puesta” en práctica del curriculum por parte de los docentes. Desde esta perspectiva, el curriculum se visualiza como una hipótesis de trabajo (Stenhouse, 1984) que cada docente interpretará en forma particular. Aquí, el problema de la selección de contenidos se presenta en un segundo lugar, en tanto lo realmente importante se ubica en la “segunda” selección que el docente “libremente” realiza. En estos discursos también se opera una descentración de la problemática del saber en los curricula. A su vez, se desdibuja la dimensión del discurso como estructura que otorga redes de sentido recurrentes e históricamente configuradas y se presenta un sujeto que en forma consciente puede deliberar y discernir, transferir voluntariamente los saberes- conocimientos del curriculum.


SEGUNDA PARTE.

3. El curriculum como discurso centrado en la dialéctica del saber.

3.1 Planteamiento inicial.

El título del presente trabajo quiere dar cuenta de uno de los problemas capitales de lo educativo en general y de lo curricular en particular: la problemática del saber. Saber que no puede ser pensado al margen del sujeto, en tanto ambos significantes se articulan en el lugar de la falta de saber.

Definimos el curriculum como un discurso específico de saber. Esto supone, desde nuestra perspectiva, una doble articulación: discurso en tanto estructura y  discurso en tanto acontecimiento. En la dimensión estructural del mismo los diversos objetos de saber-conocimiento se configuran en redes de sentido las cuales han sido  conformadas históricamente. Estos objetos curriculares, guardan relación con aquellos saberes emanados de la ciencia pero se modifican y re-estructuran con el objetivo de ser legitimados y de esta forma ser susceptibles de ser enseñados. Esta afirmación conlleva diversos problemas de diferente naturaleza. Problemas ideológicos relacionados con los criterios de selección, problemas técnicos referentes a la forma de organizar los diversos objetos de conocimiento, problemas éticos, etc. En el presente trabajo nos interesa marcar los problemas epistemológicos implicados en el “recorte” y selección de los saberes. En este sentido una de las preguntas centrales gira en torno a las relaciones entre estos saberes- conocimientos representados en un curriculum con los saberes configurados en el ámbito científico.

Desde esta perspectiva, un segundo problema surge cuando el curriculum es “puesto” en práctica. En este movimiento específicamente educativo, el discurso curricular prescripto es necesariamente modificado en la instanciación didáctica porque el mismo, como estructura, está abierto al acontecimiento, o sea está abierto a la interpretación y al equívoco del sujeto de la enunciación. En esta instancia, como fundamentaremos más adelante, se produce la dialéctica del saber, caracterizada por la trasmisión – reproducción del curriculum y la resignificación- producción de ese saber. Esta dialéctica coadyuva a lo que Lemos (1995) denomina el pasaje del sujeto interpretado al sujeto intérprete. Esta tensión interpretado – intérprete es la que convoca y da sentido a lo educativo, o más precisamente al proceso de aprendizaje singular de cada sujeto. Por lo tanto, el curriculum deviene como un problema en torno al saber. Saber que se hace presente en el curriculum norma (prescripto) como un saber – conocimiento, representable y por lo tanto reproducible. Es decir  un saber “pleno” en tanto representación estable, saturada, acabada. Saber que ha sido “transpuesto” de un saber de ciencia. Pero a su vez, en el acontecimiento didáctico - entendido como estructura y acontecimiento de saber (Behares, 2005)- se posibilita el movimiento antitético del proceso dialéctico. Es decir, ese saber-conocimiento se abre a la posibilidad de equívocos, de fractura, de falta de saber. Se abre a la pregunta la cual, al decir de Pêcheux (1988), se abre al sujeto y con éste al deseo de saber de ese sujeto en falta.

El definir el curriculum como discurso mínimo de saber, supone dos operaciones necesariamente  complementarias. En primer lugar, supone pensar al mismo como una estructura de sentido en la cual se han reificado un conjunto de saberes-conocimientos que “esperan” ser trasmitidos. Pero en segundo lugar, supone la posibilidad del acontecimiento en tanto la estructura discursiva está abierta al sujeto, quien al enunciar estos objetos de conocimiento los “desestructura” y los resignifica en tanto éstos y el propio sujeto están atravesados por la incompletud . Saber y sujeto son convocados por la falta y por el deseo.
 
 













3.2 Profundicemos en este abordaje.

Desde el punto de vista teórico, el circunscribir  lo curricular al problema del saber centra la discusión en una dimensión epistemológica. Por lo tanto, los debates en torno al curriculum como producto o como proceso pierden centralidad. No obstante, en la dimensión fenoménica del trabajo de investigación que estamos desarrollando en el Departamento de Didáctica y Psicología de la Educación de la FHCE, el  problema del “texto del saber científico”,  la “transposición didáctica” y el “texto curricular”[8] son retomados y analizados en relación a la dimensión estructural de la cual forman parte.  A la vez, nos interesa indagar la fenoménica producida en torno a la dialéctica del saber (trasmisión del saber-conocimiento / resignificación singular del mismo) que acontece en lo didáctico[9] y reconfigura, con posterioridad, el texto curricular.

El corte teórico que proponemos se inspira en la Teoría del Acontecimiento Didáctico, no obstante, lo curricular constituye una problemática con una entidad particular en la cual es preciso profundizar teórica y empíricamente. El abordaje que realizaremos reconoce dos vertientes de afectación teórica: a) la línea francesa de análisis del discurso del último Pêcheux y b) la teoría en torno al saber de Chevallard.

Pêcheux (1988) centra su análisis del discurso aproximándose a una epistemología de base lacaniana[10]. La misma se centra en torno a la existencia de un Real[11], las representaciones Imaginarias  y las posibilidades de captura de lo real desde el registro Simbólico[12]. Sobre esta base material, Lacan estructura su teoría analítica a partir de un sujeto escindido, alienado en su deseo por la dimensión del lenguaje. El sujeto es cautivo del lenguaje en tanto éste lo captura del Real y lo somete a la dimensión simbólica. En el discurso de Roma en 1953 plantea la necesidad del retorno a la cosa freudiana, sobre la base de la función y del campo  de la palabra en el psicoanálisis. La distinción fundamental que establece es la imposibilidad de relación unívoca entre significado y significante. Estos dos elementos del signo establecen dos redes de relaciones que no se superponen entre sí (1953). Esta distinción radical entre significado y significante y la primacía de este último son consecuencias de la inestabilidad intrínseca del signo[13].

El signo habilita la construcción semántica de universos de conocimiento – del orden imaginario-. Estos universos lógicamente estabilizados (ULE) (Pêcheux, 1988) son estructuras de sentido que se fracturan por la existencia de un Real que no cesa de no  inscribirse (Lacan, 1964). Esta inestabilidad semántica abre el espacio a la  deriva del significante y por lo tanto al equívoco, al sin sentido, a la falta de sentido. En este entramado conceptual se ubica la noción de discurso como estructura y acontecimiento[14] (Pêcheux, 1988), la cual es central en nuestro abordaje. La estructura es del orden del lenguaje como organizadora de sentido, en tanto que el acontecimiento, el significante, es del orden del sin sentido, de la inestabilidad de sentidos. La cuestión teórica fundamental gira en torno a la opacidad intrínseca de todo discurso. En los enunciados discursivos  se entrecruzan formulaciones de apariencia lógica, estable, unívoca y formulaciones irremediablemente equívocas, opacas[15]. Estas, necesariamente, convocan al sujeto de la enunciación (Dor, 1985a). Sujeto que en la tradición psicoanalítica francesa es un sujeto escindido, capturado por el significante.

El acontecimiento debe conceptualizarse en la estructura, en este sentido Lacan plantea:

“Los acontecimientos se engendran en una historización primaria, dicho de otra manera la historia se hace ya en el escenario donde se la representará una vez escrita, en el fuero interno como en el fuero exterior”(Lacan, 1953: 250).

En este marco teórico definimos – como ya adelantamos - el curriculum como un discurso de saber específico y mínimo. El curriculum es un discurso que como estructura reproduce circularmente lo históricamente configurado, en tanto que como acontecimiento fractura esa circularidad histórica y abre la posibilidad de actualizarla, resignificarla desde la singularidad del sujeto.

La circunscripción al saber demarca aquello que es particular en lo educativo: la trasmisión-reproducción de un saber-conocimiento “legalizado” y la resignificación – producción del saber. Este último es un saber  en falta y como tal convoca, necesariamente, al sujeto de la falta, al sujeto del deseo inconsciente.

Esta caracterización del curriculum, nos abre la posibilidad de analizar los saberes- conocimientos transpuestos en su carácter denotativo pero también connotativo. A su vez, nos habilita describir e interpretar la dialéctica del saber en tanto saber –conocimiento que se trasmite y saber – descubrimiento que se gesta en el acontecimiento didáctico.

Por su parte, Chevallard, nos permite centrar el discurso didáctico y curricular como un discurso específico de saber. En este autor, encontramos dos teorías: la teoría del saber como centro de lo didáctico (en la cual desarrolla el concepto operativo central de transposición didáctica) y la teoría de lo didáctico como lugar de análisis fenoménico (Behares, 2005).

Este autor se inscribe en el contexto del pensamiento francés influido fuertemente por el estructuralismo. Esto explica por qué  circunscribe la problemática del saber al sistema didáctico[16]. No obstante, cuando trabaja sobre el “texto del saber designado para ser enseñado” se está refiriendo al problema fenoménico de la selección curricular y al problema teórico central del saber presente - ausente en lo educativo. Chevallard (1991), se aleja de las concepciones técnicas, psicológicas e interpretativas dominantes en el campo didáctico y curricular. Su epicentro es el análisis del problema del saber. A partir de esta circunscripción minimalista edifica su teoría didáctica como teoría del saber.

¿Pero de qué saber se trata?  Indudablemente no es el mismo saber el de la ciencia, el del curriculum prescripto, el enseñado efectivamente, y el o los – eventualmente- aprendidos. Estas variaciones fenoménicas del saber son trabajadas por este autor  a partir del concepto de transposición didáctica.

“Un contenido de saber que ha sido designado como saber a enseñar, sufre a partir de entonces un conjunto de transformaciones adaptativas que van a hacerlo apto para ocupar un lugar entre los objetos de enseñanza: El ‘trabajo’ que transforma  un objeto de saber a enseñar en un objeto de enseñanza, es denominado la transposición didáctica” (Chevallard 1991: 45).

En esta operación[17], el saber designado para ser enseñado, el saber curricular, debe cumplir una doble condición. Por un lado debe estar suficientemente cercano al saber sabio  y por otro lado debe presentarse como suficientemente alejado del saber de los ‘padres’. La distancia adecuada de este saber con relación a la episteme y a la doxa es la que garantiza la legitimidad del mismo. No obstante, este saber “ (...) poco a poco se erosiona. El saber enseñado se gasta (...) Con el tiempo, el saber tratado por el sistema de enseñanza envejece”  (Chevallard 1991: 30).  Este envejecimiento del saber curricular se produce porque el mismo ha sido escindido y exiliado de su lugar de origen y clausurado sobre sí mismo. Se ha representado  como un saber – conocimiento  reificado (Bordoli, 2005).

Desde otra perspectiva de análisis Bernstein (1993) se refiere a la problemática del saber en el curriculum. Para este autor los saberes seleccionados para ser enseñados sufren un doble proceso:  descontextualizaciónrecontextualización. En este primer movimiento se recorta un “fragmento” del saber de la ciencia y se lo encierra sobre sí mismo transformándolo en objeto de conocimiento, representable y por lo tanto susceptible de ser enseñado por un sujeto a otro sujeto.  Esta segmentación de “una parte” del saber  de su lugar de origen fractura el texto del saber “sabio”. El segundo movimiento – recontextualización - lo restituye en un nuevo texto  reconfigurándolo de modo que, necesariamente, deviene distinto. En esta recontextualización se producen tres nuevos movimientos: los objetos de conocimiento construidos en el momento anterior se fragmentan y se dividen, se ordenan y se secuencian y, finalmente, se inscriben en un discurso curricular – didáctico. Este, generalmente, tiene un fuerte contenido moralizante y político. En otros términos, estas transformaciones muestran la metamorfosis del saber en objetos, ya otros,  representables y por ende susceptibles de ser enseñados.

Esta primera transposición didáctica – de orden estructural-  produce como efecto el texto curricular que prescribirá la enseñanza. Legitima los saberes –conocimientos que como discurso del Otro se harán presentes en  la instanciación didáctica. En ésta el discurso curricular produce como efecto sujetos; determina un lugar y un tiempo diferente para el educador y el educando. Esta alteridad topológica y cronológica[18] es con relación al saber – conocimiento, al saber curricular pero no con relación al saber en falta de los sujetos en tanto tales.

Un punto neurálgico y denso teóricamente en Chevallard es el planteo de que la segunda operación de transposición didáctica tampoco es efectuada por el docente, sino que ésta también es del orden estructural. Este autor plantea  aún más:

“El saber-tal-como-es-enseñado, el saber enseñado, es necesariamente distinto del saber-inicialmente-designado-como-el-que-debe-ser-enseñado, el saber a enseñar. Este es el terrible secreto que el concepto de transposición didáctica pone en peligro. No basta sólo con que se profundice una brecha: es preciso que esa brecha necesariamente sea negada y excluida de las conciencias como problema (...) (Por lo tanto) el saber enseñado debe aparecer conforme al saber a enseñar. O mejor, la cuestión de su adecuación, no debe ser formulada. Ficción de identidad o de conformidad aceptable. El enseñante no existe, porque la enseñanza no existe sino al precio de esta ficción: ésta vive de esa ficción, debe vivir de esa ficción” (Chevallard 1991: 17).

            La negación y exclusión de la conciencia de la distancia existente entre el saber curricular a enseñar y el saber enseñado genera la ficción didáctica. Ficción que permite el establecimiento de un “mundo didáctico” lógicamente estabilizado. Mundo que, si no fuera del orden imaginario, conduciría a la enseñanza a una eterna reproducción de lo mismo. En otros términos, la enseñanza, clausurada en la dimensión reproductiva, produciría un efecto de clonación en el sujeto y una eternización de los conocimientos.

 En cambio, conceptualizar el curriculum como discurso y por lo tanto como estructura fracturada al acontecimiento de saber  permite abrir éste a la deriva del significante, al sujeto de la enunciación el cual es convocado en su  singularidad y en su falta. Este movimiento de apertura habilita la ocurrencia del movimiento dialéctico:  falta  saber- deseo  saber – saber resignificado,   característico  de la investigación científica y del espacio áulico.


TERCERA PARTE


4. La igualdad pensada desde el curriculum.

            En un trabajo anterior (Bordoli: 2006 b) planteamos la configuración de dos discursividades para pensar la ecuación igualdad - educación. Una de ellas, significa la igualdad como posibilidad, o sea como atributo adjetivo que se inscribe a posteriori en la comunidad humana. La misma sería fruto de un acuerdo convencional con el objetivo de habilitar la convivencia humana. De esta forma la educación en general y la escuela moderna en particular tendrían la “misión” de garantizar este derecho por medio de la enseñanza universal y general. En la modernidad, en cada comunidad particular, los formatos curriculares únicos se configurarían como un vehículo posibilitador de este objetivo.

Este anhelo, utópico – imaginario – es roto en los nuevos discursos educativos centrados en los significantes equidad y discriminación positiva. En el marco curricular, los mismos se traducen bajo los conceptos de contextualización, adecuación  al medio y diversidad curricular. De esta manera, los currículos contextualizados –como se plantea en la convocatoria de este seminario – adquieren un nuevo significado en esta trama  discursiva. En este sentido se “reconocen” de hecho las desigualdades entre los sujetos al tiempo que se niegan discursivamente. Se niegan al omitir las razones histórico – sociales que las han provocado y se  niegan también al significarlas como inequidades en el punto de partida relacionadas con atributos particulares de los sujetos. Entonces, la operación de negación se efectúa en un doble movimiento discursivo: gesto inicial en el cual se transfiere y deposita  en  las familias y en los sujetos la razón de las desigualdades, al tiempo que  se los culpabiliza; y a su vez, en el segundo movimiento discursivo se oculta el carácter histórico social de estas desigualdades existentes.

En el párrafo precedente afirmamos que la  operación discursiva descrita niega al tiempo que reconoce la desigualdad. Esto, en tanto toda negación es aseverativa y a la vez, no se puede negar lo que no se ha afirmado. Pero a su vez, esta desigualdad es ratificada  al plantear explícita, implícita o eufemísticamente la necesidad de diseños curriculares diferentes. En otros términos, lo que estamos afirmando es que en la operación de significación se dota de sentido al tiempo que se configura y se pretende perpetuar una situación determinada. En esta red enunciativa el significante currículos contextualizados hace signo con el significado desigualdad , en tanto se ha roto el contrato social que anudaba a todos los sujetos en un mismo proyecto utópico de igualdad en el cual, la escuela y el curriculum único ocupaban un lugar destacado.


Al inicio de este apartado planteamos otra posibilidad de significar el término igualdad. Igualdad, ya no como atributo accidental y contractual derivado del orden imaginario, sino la igualdad en tanto lugar sustantivo, en tanto necesidad ontológica del ser humano. En esta segunda discursividad, puede pensarse la igualdad del animal parlante en dos direcciones las cuales, creemos, son complementarias. Igualdad en tanto los sujetos nos configuramos como tales por la marca del lenguaje, por la inscripción en el  orden simbólico. Inscripción que produce una  pérdida  de la unidad del ser e instaura la falta como constitutiva de lo humano. A su vez, el deseo se conforma como el reverso de la misma. De esta manera, falta y deseo constituyen  las dos caras de lo humano, del sujeto parlante. En este sentido, los sujetos somos iguales en un a priorio,  o sea en el acto mismo de inscripción en el orden simbólico; somos iguales en tanto estamos atravesados por la falta, falta de ser en plenitud y falta de saber. Esta  no es un atributo adjetivo, accidental sino sustantivo y por lo tanto irreductible.

Una segunda vía para pensar la igualdad como necesidad ontológica podría ubicarse en la significación de ésta sobre la base de la pura diferencia. Aunque esto resulte paradójico, podríamos pensar que la igualdad entre los sujetos se teje en el seno de la singularidad, o sea en la irrepetibilidad que nos distingue y nos diferencia del otro. En otros términos, somos iguales en tanto somos radicalmente diferentes. Es la diferencia y singularidad la que nos constituye en iguales. Esta posibilidad de pensar la igualdad radical con la singularidad absoluta en un mismo gesto discursivo nos permite desarticular aquellas diferencias que se configuran sobre atributos exógenos al sujeto y que los clasifican en función  de pertenecer a un contexto u otro o en función del lugar socio – cultural en el cual se encuentran de acuerdo a los mismos discursos discriminatorios que los han denotado y connotado en ese lugar.

En este momento es pertinente formularse la pregunta ¿cómo pensar el problema del curriculum, en tanto discurso –estructura y acontecimiento – de saber con la noción de igualdad sustantiva u ontológica que hemos formulado?

En primer lugar, es necesario plantear que el presente trabajo, como su subtítulo lo indica, son algunas  posibles notas para pensar esta problemática. Ahora bien, en el seno de la línea argumentativa que hemos procurado desarrollar podemos formular algunas hipótesis, que obviamente son provisorias y abiertas a indagaciones futuras.

Ø  Los discursos educativos que centran el problema curricular, exclusivamente, en la dimensión estructural del mismo – omiten al sujeto de la enunciación al tiempo que clausuran la dialéctica del saber.

Ø  Los mismos se configuran sobre un imaginario que clasifica y ordena  a los saberes-conocimientos en función de criterios tanto epistemológicos como político-ideológicos. Estos criterios, serán los que determinarán cuáles y cómo se presentarán en un diseño curricular aquellos saberes susceptibles de ser enseñados.

Ø  A su vez, estos discursos clasifican, ordenan y discriminan a los propios sujetos en función de atributos circunstanciales tales como su contexto de origen o su inclusión en un grupo social determinado.

Ø  En otros términos, la discriminación positiva o la contextualización curricular denota y connota, en definitiva, designa la no igualdad.

Ø  En función de lo precedente, consideramos necesario conceptualizar el curriculum no solo como estructura de saber-conocimiento, sino también como acontecimiento de saber, el cual siempre es saber en falta.

Ø  Esta falta - saber se hace presente en el texto de saber –objetos curriculares-  y en el sujeto –sujeto de la enunciación-. Falta que se instaura como efecto de la operación de castración simbólica y que por lo tanto es inagural de lo humano.

Ø  La dimensión del curriculum como acontecimiento de saber nos iguala en la radical singularidad y en la  falta – deseo de saber.

Ø  En definitiva, es en el espacio de acontecimiento donde la dialéctica del saber se produce como efecto del sujeto de la enunciación. Dialéctica necesaria que se produce más allá de las clasificaciones de saberes y sujetos que los discursos educativos hegemónicos sostienen.


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[1] Es necesario puntualizar que hay antecedentes de larga data en el campo educativo, fundamentalmente en las obras de lengua inglesas. El Oxford English Dictionary puntualiza que el término curriculum surge, por primera vez, asociado a cuestiones pedagógicas en 1633 en la Universidad de Glasgow para referirse a los cursos regulares de estudio. En los siglos siguientes el uso del mismo se efectúa con la misma vaguedad que la señalada. Es a partir de la obra de Tyler  de 1949 que lo curricular se configura como objeto específico de indagación y, fundamentalmente, de aplicación técnica. La obra de Bobbit de 1918 constituye un antecedente inmediato significativo. No obstante en la tradición educativa francesa el término no es de uso frecuente. En la bibliografía específica pedagógica de lengua española el mismo se comienza a utilizar alrededor de 1980 (fundamentalmente en España y Méjico, posteriormente en Argentina).
[2] Desde nuestra perspectiva de análisis teórico, es menester puntualizar que el curriculum prescripto como discurso mínimo en el ámbito educativo ejerce una acción performativa sobre los sujetos. En otros términos, produce como efecto un sujeto, en tanto el mismo se constituye, en el territorio de lo didáctico, como el discurso  del Otro. Pero a su vez, la intencionalidad reguladora del constructo curricular tiene un nivel de configuración imaginaria; en tanto que en la dimensión “práctica” de lo curricular, el sujeto –que se pretendió excluir- es necesariamente convocado en su singularidad y en su historia.
[3] Planteamos la aspiración de prescripción en tanto que la misma no puede ser plena en la instanciación didáctica. Por lo tanto,  esta búsqueda de prescripción es, en cierta medida ,  ficcional.
[4] Acontecimiento didáctico: “instancia en la cual, sobre una base de interacción didáctica, se produce un vínculo intersubjetivo que une y separa al docente y al alumno en su relación dialéctica con el saber, caracterizada por la tensión constante entre el manejo representativo – reproductor (la transmisión de saber) y la singularidad irrepetible del descubrimiento (la producción de saber)”.  (Behares 2004: 3).
[5] Designamos saberes – conocimientos a aquellos objetos curriculares, representables inscriptos en un texto curricular y / o didáctico que necesariamente deviene  otro diferente al saber de la ciencia. (Bordoli, 2005).
[6] Este autor en su libro “La vida en las aulas” de 1968 visualiza las distancias existentes entre el curriculum prescripto y lo que podríamos llamar el curriculum en acción. En la cotidianeidad de las aulas percibe lo que él denominó “curriculum oculto” o sea el conjunto de influencias formativas que la escuela ejerce sistemáticamente, pero que no están explicitadas ni formalmente reconocidas.
[7] Curriculum oculto entendido como: “la enseñanza tácita a los estudiantes de normas, valores y disposiciones, enseñanza derivada simplemente de su vida en la escuela y de tener que enfrentarse a las expectativas y rutinas institucionales de la escuela en el día a día y durante una serie de años” ( Apple, 1979: 27); “las normas y valores que son implícitos, pero eficazmente, enseñados en la escuela y de las que no suele hablarse en las declaraciones de fines y objetivos de los profesores.” (Apple, 1979: 113).
[8] El “texto de saber curricular” es lo que la tradición curricular denomina como curriculum prescripto o curriculum producto.
[9] Lo acontecido en la instanciación didáctica entre los sujetos y la dialéctica del saber se podrá analizar en el devenir curricular (en la producción del curriculum como procesos, según la tradición curricular.
[10] Epistemología materialista que exige el establecimiento minimalista de una materialidad –real- en la cual se reconoce la posibilidad de refutación de los dispositivos descriptivos y hermenéuticos de la teoría (Behares, 2004). Epistemología de una ciencia concebida como una configuración discursiva constituida por “(...) proposiciones, entre las cuales el mayor número posible reunirá las tres características de estar matematizadas, de mantener una relación con lo empírico y de ser falseables”.(Milner, 1989: 24).
[11] Real es “lo imposible" (Lacan, 1974-1975), en tanto que es imposible de representar en el imaginario y simbolizar. Lo Real, también implica la materialidad que subyace a lo Imaginario y a lo Simbólico. El materialismo lacaniano es un materialismo del significante y el aspecto real del mismo es la Letra. A su vez, lo Real no puede ser conocido porque está más allá del registro Imaginario y  Simbólico, es la cosa en sí inaccesible.
[12] La dimensión simbólica es la del significante: “los significantes están sometidos a la doble condición de ser reducibles a elementos diferenciales últimos y de combinarse según las leyes de un orden cerrado”. Por el contrario lo Imaginario pertenece al ámbito de la ilusión, del engaño, de la apariencia. (Lacan, 1966 y 1974-1975).
[13] Lacan, a partir de su lectura de Saussure,  define el signo como lo que representa algo para alguien, en oposición al significante, que es lo que representa a un sujeto para otro significante (Lacan,  1964).
[14] En la versión original  Pêcheux plantea la interrogante “Discourse: Structure or Event?”; la misma se pierde en la traducción al portugués. Leite (1994) afirma que el discurso es estructura y acontecimiento.
[15] En el siglo XIX, Frege ya daba cuenta de esta opacidad, al referirse a enunciados denotativos (bedeutun) y enunciados connotativos (sinn). Estos últimos habilitan la cadena significante y por lo tanto el equívoco. (Citado por Pêcheux, 1988).
[16] Como es bien sabido, la génesis y el desarrollo conceptual en torno a lo curricular tiene una amplia historia en autores, fundamentalmente, de habla anglo-sajona; en tanto que  la tradición latina ha desarrollado sus trabajos de investigación en el ámbito didáctico. La configuración epistemológica de estos dos campos de saber y sus interrelaciones han sido ampliamente debatidas. Un claro ejemplo de este debate es el presentado por Díaz Barriga (1994 a). En las últimas dos décadas se han  comenzado a desarrollar algunas líneas de investigación teórica y empírica en autores de habla hispana; como por ej.: Gimeno Sacristán, J. ,1988; Coll C., 1991; Díaz Barriga A., 1994, 1995, 1997; de Alba A., 1998; Frigerio G. 1991; entre otros. En esta investigación, compartimos la denominación de curriculum prescripto para designar al saber designado para ser enseñado. Esto se fundamenta en que en la modernidad  el formato que adopta este saber es el de un diseño curricular.  ( Kemmis, S., 1986).
[17] Chevallard se refiere a una doble transposición didáctica. La primera es la operada entre el saber sabio y el saber designado para ser enseñado y la segunda es la producida entre éste y lo efectivamente enseñado. Esta última la trabajaremos más adelante.
[18] Este concepto se inspira en las nociones de cronogénesis y topogénesis de Chevallard (1991) y en las lecturas que de los mismos realizan Behares 2004 b y Fernández 2004.